domingo, 15 de enero de 2012

Las farolas se han encendido.

No sé como, no sé cuando. Todo pasó tan deprisa. Las luces de la discoteca nos cegaron, envolviéndonos en un cañón de luz que nos iluminaba por todo el cuerpo. Luz. No podía ver más allá de ella, tan sólo tu rostro frente al mio, mis ojos frente a los tuyos, y tus labios pidiéndome un silencioso pero potente 'bésame'. Y así fue como, sin apenas conocernos, supimos que nos volveríamos a ver, que el amor no es efímero, y que la locura en momentos de amor es pretenciosa. No sabía tu nombre. Y es curioso, porque normalmente, cuando conoces a alguien, lo primero que haces es preguntarle el nombre, porque cuando sabes el nombre de alguien, sabes cuando están hablando, cotilleando, o en un mal caso insultando a esa persona. Pero no me hizo falta. El nombre son letras que forman una palabra, una palabra que te distingue de otras personas y que no puedes elegir. Tus ojos me deletreaban la única palabra que, para mí, te distinguía de los demás: tequiero. Os preguntaréis el porqué de que haya escrito 'te quiero' como una única palabra, ¿verdad? Simplemente porque va unida, y cuando alguien quiere como quiere él, todo se une, se magnifica. Y siendo sincera, sólo pensaba que estas cosas pasaban en las películas. Chico conoce chica, chica tímida, se enamoran, se casan y... ¡pum! De repente la chica se convierte en una madre cuarentona desesperada porque el marido con tripa cervecera y amante del fútbol por televisión no quiere ocuparse de cuidar de los niños mientras ella sale a comprar. Princesas que se convierten en brujas por estrés cuando menos te lo esperas. Yo no quería acabar así. Más bien, sabía que no iba a acabar así, porque esto ni es una película ni él es un actor. Esta es la vida real, y por mucho que las películas quisieran plasmar la realidad, no lo consiguen. Porque no se puede interpretar el amor si no se siente. Y yo no quería un final de película, por muy bien que suene. Eso es para Barbies resentidas.

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